El Dios interior

Decía el matemático David Hilbert que sólo se comprende bien algo si somos capaces de explicárselo a la gente de la calle.
Un estudio supone leer y releer, a la antigua usanza, los textos, tomando notas al margen, subrallando  y poniendo indicadores. Nuestra vida es igual supone releerla para ajustar, corregir, enderezar y hacerla más fructífera y eso nunca es un error sino una estrategia evolutiva que no supone culpabilidades.

El Dios Interior o el Divino Individual
(El pecado como estrategia de evolución)

El pecado es necesario porque representa un camino para desarrollar nuestro proceso psíquico interno por eso nunca debió ser tenido como algo negativo sino algo inevitable y necesario de reconocer. Por eso sería mejor llamado “nudo” o “eslabón”.
Según la creencia Cristiana en todo ser humano existe inherentemente un pecador, sin embargo el espíritu oriental lo contempla como potencialmente Divino. Hay en él una chispa de Divinidad desde su nacimiento, y si se la alimenta y desarrolla puede crecer hasta una plena manifestación del Divino en él: todo su ser puede manifestar la naturaleza Divina. Con este enfoque el pecado es una estrategia o “deformación” que pertenece a la naturaleza; el ser interior puede disolverlo y purificar su naturaleza para que funcione como un instrumento directo del Divino Interior. Esta visión nos ayuda a ser evolucionar cada vez más hacia la Consciencia Divina, para que cave más hondo en nuestro propio ser y descubra ahí al Ser que nos habita.

Todos tenemos consciencia de lo Divino no como algo difuso sino como otro yo que está ahí presidiendo nuestra evolución. El yo de cada persona forma parte de ese Divino, Energía o Fundamento y que le llamamos Divino Individual y representa nuestra evolución, es esa parte del Sí mismo a la que también llamamos alma o entidad psíquica que es una parte (Amsha) del Divino

«En el corazón de los seres Yo moro haciendo girar la naturaleza como una máquina» dicen las Escrituras.

Es él, el ser psíquico, el que crece con la experiencia de la vida. el puente entre el ser exterior que somos y nuestro Dios interior, el representante del Yo Divino.

El ser psíquico, núcIeo alrededor del cual se organiza el ser humano, es una concentración de la Consciencia Divina y es su verdadero centro. No lo es la mente, ni el centro emocional del corazón, ni el purusha vital, ni la personalidad física, sino que el ser psíquico es nuestro centro viviente. Es la fuente de todos los movimientos hacia Dios tales como la bondad, la buena voluntad, la devoción, el amor, la armonía, la unidad, etc. Todo crecimiento requiere que estemos abiertos a la acción del ser psíquico. Para ello necesitamos dar pasos para construir un puente entre este representante del Divino en nosotros y nuestra naturaleza externa, funcional. No basta con darnos cuenta de su presencia en nuestro ser. Debe hacerse operativo en nuestra naturaleza, debe ser activo y dinámico. A esto se le llama proceso psíquico interno.

Lo primero que debemos hacer es volver nuestra mirada hacia nuestro interior. Mantener nuestra atención siempre vuelta hacia el centro psíquico (nuestras actitudes) que está situado detrás del corazón, aspirar a que despierte la presencia psíquica, poner nuestra voluntad en la formación de ese divino interior abriéndonos a ese proceso psíquico, este es el camino. Como apoyo hemos de eliminar de nuestra naturaleza todo aquello que le es ajeno, a nuestro ser psíquico, como por ejemplo la maldad, las impurezas, la falsedad, el deseo, el ego, etc. Y cultivar ciertas cualidades como la humildad, la devoción, el amor, el desapego, la entrega y la humildad. Gradualmente nuestros gestos generosos (elementos divinos) tomarán forma y desplazarán a los elementos negativos, creando el ambiente adecuado para que emerja el ser psíquico al exterior y tome el control, regulando nuestra vida diaria. De este modo damos un primer paso esencial hacia la realización del Divino Individual, la Divinidad en el centro de nuestro ser y nuestro primer paso debiera ser el de superar el concepto nuestra “sombra” como pecado-culpabilidad y considerarla como un impulsor real y necesario hacia nuestra naturaleza divina.

Nuestro trabajo es como no reaccionar ciega u obsesivamente a la negatividad o contaminación, sin generar tensión y manteniendo un estado de serenidad.

Cómo liberar la mente de agitación, algo que siempre es positivo,  sin desplazar la negatividad hacia nuestro inconsciente, sino aflorará en nuestras conversaciones o reacciones cotidianas contaminándonos y generando daño.

Esta reactividad siempre nos pilla  desprevenidos, luego la reconocemos y nos arrepentimos. Practicamos el perdón pero inevitablemente seremos otra vez reincidentes porque el rastro de la contaminación permanece en lo más profundo de nosotros. A la mente hay que ajustarla y ni la represión ni la rienda suelta le favorecen, si la observamos poco a poco la contaminación desaparecerá y estaremos libres de esa negatividad.

El problema, decía el Buda, es que no somos conscientes del momento en el que se desencadena nuestra reactividad, en que comienza esta contaminación. Comenzará en lo profundo de la mente inconsciente y cuando llegue al consciente habrá tomado tanta fuerza que nos arrastrará y no podremos observarla.

Debemos aceptar nuestra realidad y nuestra naturaleza tal y como son sin complejidades ni grandes rituales, es la simplicidad del corazón la que crea el arte de vivir.

Conocernos y reconocernos a través de nuestra realidad y de nuestra experiencia física, mental, emocional y espiritual es nuestro trabajo y nos ayudará a acercarnos hacia nuestro equilibrio. Aceptarnos y reconocernos tal y como somos supone aprender a ver la realidad tal y como es.
La intención en nuestro corazón es trabajar por el bien común de todos los seres, ser generadores de ayuda mutua y buscar y respetar la paz y la armonía de cada uno. Este objetivo es irrenunciable y siempre será un buen fin.

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